
ahí va ella, sentada en el camión, casa del camino, hogar efímero donde se cuecen las ideas. es el aroma de todo un día de trabajo de los pasajeros cansados, hambrientos seres en espera tal vez de la cama o el sillón, comida tal vez d ayer o tal vez no. en su mochila aguardan 2 mandarinas naranjas, tan naranjas como los rayos del sol a medio salir, aguardan resplandecer con sus tonos cítricos, sabores que le recuerdan los días de infancia junto a la alberca en Iguala, con jade y toda la familia, los días en que casi traga aquel diente suyo al morder la torta. entonces saca una d ellas, la pela, y lentamente el aroma se va escabullendo, va volatilizándoce, en cada partícula un recuerdo. la bebe del asiento de al lado la mira, duda en preguntar porque sabe que aun no domina eso de hablar, y menos con una extraña, y menos en el camión... pero se anima, y le dice un balbuceo que poco le falto para ser el mejor discurso sobre compartir, ella por supuesto le convida unos gajos de esa mandarina, de ese oasis, y para entonces la pequeña estaría comenzando a escribir sus recuerdos, grabando en su memoria inconsciente la sonrisa de la vida que se vive en la ciudad, pensará que es muy cómodo viajar en camión, y para cuando tenga 20, disfrutará de una buena fruta, en un camino largo, y de la compañía tal vez de una niña que disfrute con el mismo ímpetu que ella como si tuviera de nuevo once meses.